viernes, 18 de septiembre de 2020

Miguel

Miguel cerró la puerta, puso doble seguro y ya adentro subió a la alcoba esperando hallar una sola cosa, tranquilidad.

Afuera quedaba todo aquello que le recordaba su cercano matrimonio: El cruel humor de los amigos en la oficina, mamá hablando de Dios y el bendito santo sacramento, y la extenuante voz de su novia martilleando que no olvide el papeleo de mañana.

Se dispuso en la cama. Y ya recostado, el silencio le otorgó un minuto de reflexión y después de un variado vaivén de ideas culminó la desperdigada retahíla con: matrimonio, mañana... -¡Ma-ri-ca!, le silabeó una voz. Y sus ojos se abrieron como dos lunas de fuego. Ningún marica, se dijo. No sé por qué tengo estos pensamientos de m.. estos días. Estas cosas ya las he pensado antes. Esto lo hemos decidido los dos. -¿Hemos? le espetó la voz. Miguel cerró los ojos nuevamente como calmando su hartazgo y luego de un breve esfuerzo por ordenar sus ideas decidió que lo mejor sería leer un libro y dar rienda suelta a su imaginación. 

Un libro. Nada mejor que el paraíso de al lado. Un mundo distinto en una realidad inimaginable. Una ventana abierta para atisbar lo que había ahí guardado para él. Abrió la ventana, se dispuso alegremente, y soltó una risita leve signo del que se prepara a paladear un largo y entretenido disfrute. Y así empezó, repuesto y sonriente y observó despacioso sílaba a sílaba el íncipit que decía: "Madura la fruta cae del árbol sin necesidad de arrancarla". Y la sonrisa trocó a una agria mueca porque la frase había agrietado su corazón producto de un trémulo sismo.

Y en el fondo de esa grieta apareció otra ventana, y en esa ventana se vio pequeño y mudo ante la infinita alegría de su madre y su novia porque la boda sería pronto y todo debía ser felicidad y entusiasmo, mientras él respondía con un mutismo enmascarado por una sonrisa. Y al lado, en otra ventana, vio como asentía callado cuando su novia le decía que luego de 5 años de noviazgo era tiempo suficiente para casarse y que era mejor ahora cuando las cosas ya estaban bien económicamente porque ella ya había hecho el cálculo y, por supuesto, todo cuadraba; y él ensayaba su mejor sonrisa y de nuevo veía su mutismo y su pequeñez quemándole las entrañas. Y así, ventana tras ventana, hasta que no pudo más, y llegó a la última donde al fin aparecía aquel primer beso que él no había dado porque no estaba seguro de darlo, pero que recibió porque no sabía decir que no, que no quería, que no la quería, pero la besó.

Sí la quiero sostuvo, entre lágrimas, y apretó fuerte el puño mientras parecía ordenarle silencio a su necia voz interior, que como un animalillo asustado se enroscó en una oscura esquina en el fondo de su corazón. Miguel cerró los ojos amargamente y ventana tras ventana cerró todas hasta que ya muy tarde y debilitado su espíritu cerró aquella última que nos separa del sosiego de la noche, la vigilia. Y por fin durmió.

Pero lector, recuerda: Una pequeña chispa es capaz de generar el más grande de los incendios. Y lo mismo ocurre con una duda.

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