lunes, 14 de abril de 2014

El final de las historias: cuentos y hadas.

Un viento delgado y frío se instaló en mi garganta, escalando los escasos centímetros que me separaban del suelo. Desperté estremecido, soñoliento, tiritando, alguien abrió la puerta y entró, o fue el reflejo de un sueño; mis ojos entorpecidos concibieron a dos sombras acomodarse, buscando un sitio para aprovechar el resto de la noche. Intenté distinguir las siluetas, aguzar la mirada pero no pude más. Mi lento respirar y la confusión del momento hicieron el resto, y volví a dormir para despertar ya con la luz de la mañana.

Dolorido y con un gélido aire paseando por la habitación soporté esa primera noche. Todos despertaban, y quienes no, aprovechaban los últimos minutos para separar la calidez de sus sueños de la fría realidad del día,  fueron inútiles los rebrotes de somnolencia: bostezando y encobijándose con colchas y frazadas. Al rededor, la novedad de dos rostros nuevos no atrajo mayor curiosidad en el resto, ambos no dijeron una sola palabra, y para mí era evidente que no fue un sueño el impreciso reflejo de dos siluetas buscando refugio en el cuarto en plena madrugada.
Tuve tiempo si quiera para recordar qué lejana se me hacía la certeza de encontrarme en ese lugar. La mañana me trajo mejor disposición pero aún tenía pensado decir adiós de manera discreta y pronta.  Los cinco chicos, acomodados en la esquina del cuarto, uno al costado del otro, inmóviles y tapados con frazadas por encima de la cabeza, parecían aún a la mitad de la noche. Las voces, carcajadas, almohadazos y payasadas, fueron cambiados por una masa de frazadas acompasadas por el movimiento de hondas respiraciones. Alguien comentó: estaban jugando con las cartas hasta casi las cinco de la mañana cuando llegó el guía y les increpó: A descansar muchachos mañana hay que levantarse temprano. El guía se fue y ellos siguieron con la linterna y las cartas.
 
¡Jóvenes por aquí por favor! ¡Todos por aquí! ¡Pasen a este cuarto! Dijo el guía suavemente. Entré, y observé quieto. Estaba con un short y un polo. Salí sin estorbar para buscar por otras ropas más convenientes. Regresé lentamente. Respeté momento, lugar y silencio cayendo en una sentida reflexión. En ese cuarto abrigaño y oscuro, auscultó mi corazón un calor de antaño tan profundo que el mundo allá afuera hizo silencio largo tiempo; mientras llegaba uno a uno, y de rodillas, confiaban en susurros secretas confesiones. La melodía de un acústico arpegio, fue en sosiego, franqueando las razones del que el corazón más remiso podría argüir -El hielo se descongela elevando la temperatura y el corazón más frío, con altas dosis de amor.-

Después de esa oración nos aguardaba el auditorio, el mismo lugar donde habíamos empezado la noche anterior; con la mañana aún húmeda pero calentándose, grado por grado cuanto más cerca el mediodía. En el baño después del desayuno, escuchaba cepillos fregando los dientes con la boca llena de pasta dental salpicando al espejo con cada comentario: ¡hace frío! ¡la puerta no cierra bien y desperté con la boca abierta! ¡me duele la garganta! ¿eso era el desayuno? ¡tengo hambre! ¿viste a la chica de morado? ¿vino Raquel Junior, ni siquiera acá te deja solo! -Jóvenes terminen de asearse pronto, luego se dirigen al primer piso, dense prisa por favor- El guía fue el último en entrar al cuarto la noche anterior llegó cerca de las 6 de la mañana, yo lo vi, y ya está despierto comentó uno de los chicos. Pobre lleva los ojos cansados, los pocos minutos recostado no pudo usarlos para dormir, pues amaneció inmediatamente. Afuera el tránsito de un sábado cualquiera a las 10 de la mañana, una masa espaciosa de vehículos en la vía principal, gente sin apuros recorriendo las calles aledañas, señoras con bolsas volviendo de algún mercado, y perros recostados en las puertas de las casas con un cielo resucitando el color con cada minuto.
 -Jóvenes le estamos esperando en el primer piso- Se aproximaban reconfortados, limpios por dentro y por fuera, después de una vivificante oración y sacudirse la pereza en el baño. Una eterna mañana nos esperaba a todos. Tome sitio en el extremo izquierdo de la media luna de sillas vacías que apuntaba al altar. Era un recinto de altas paredes que sería el mismo que después serviría de refectorio. Uno a uno de manera lenta y conveniente rescataban un asiento. Todo estaba igual que ayer, y después de todo, no era tan grande el salón, podrían al cruzar encontrarse dos miradas con una perfecta vista de la expresión en el rostro. A la izquierda, junto del ara esperaban en reposo una guitarra, un órgano, dos micrófonos sobre parantes y un rudo tambor para musicar los más cálidos momentos, podría decir que un grupo musical tarde o temprano se haría presente; y a mi derecha, justo a mi costado, noté sin impulso a los nuevos retiristas ubicados juntos, desconocidos uno del otro sin intentar conocerse. Uno orondo y de lentes, cabello ligeramente de costado, una sonrisa de aspecto inocente; el otro de porte atlético, delgado, escasos centímetros de cabello, figuraba todavía bozo en su rostro juvenil.
El ponente se acercaba con la guitarra a la mano dando inicio a una alabanza, que minutos después, derivaba en palabras que asomaban una sostenida charla a los resquicios más oscuros del corazón...  
Los recuerdos, vagan invisibles como personas tristes que no encuentran su casa, y tocando puerta ajena a veces dan con la tuya, persiguen como un niño cogiendo de la basta. Tocó mi puerta, me distraje por un momento. Sentí su voz desechando mis palabras, en el último momento que impregnado de intención regresé solo a casa caminando bajo el más triste azul que alguna vez vi en el cielo, tan grande la distancia como el desconsuelo...
Fue un minuto, no fue mucho tiempo, discurría intransigente del momento imaginando un mundo extraño donde se convive con los recuerdos, mientras con la mirada surcaba el suelo alargando el pensamiento: dibujé el suelo metro por metro, la silla, su sedente, y elevando lento el fijo sueño de mis ojos terminé empezando en el fulgor de aquella mirada coincidente. Volví.

No era tan grande el salón como para no encontrarla... ya sabía eso. Incontables ondulaciones cayendo al respaldo del asiento definían sus largos cabellos, una mirada despierta fijada por negras pupilas, y una expresión de franca cercanía casi tocaba mi rostro. El encanto de sus ojos, algún químico fulgor magnetizando el travieso vaivén inopinado del momento, suspendió las miradas de extremo a extremo, atenuó la voz ruidosa, escalo un peldaño la realidad y envolvió de fragantes nubes de terciopelo aquellas presencias sincronizadas bajo un suave cielo color caramelo. Sostuve más la mirada, y luego cié en mi intento. Estremeció el salón una ola de carcajadas, el ponente continuaba despertando la atención que llegó hasta a mi, con sus comentarios célebres y alguna broma como la del primer accidente automovilístico que tiene la biblia: "David mató a Goliat con una honda", después un coro pegajoso de una canción de alabanza y en el desarrollo inesperado de una apertura adolescente a la respuesta de sus arengas de alabanza, de nuevo encallé en el mar inmenso de sus pupilas observándome. Desvié la mirada. -¿Está observándome?- -¿nuevamente?- -entonces no fue casualidad- -No, no, es casualidad- Con mis manos oculté mis ojos para ver sin que pudiera percatarse: aún lo estaba haciendo. Bajé mis manos, la mirada, pensé y traté de entenderlo.
Aquel juego desconocido, me tuvo como deshojando margaritas después de cada coincidencia. -Está observándome- -¿a mí?- fueron interrogantes que repetí una y otra vez ante cada nuevo atisbo. Sería cuestión de un error. Un síntoma emocionante producto la casualidad de una mirada distraída. Eso era. Eso pensé. La duda me llevo a analizar mis fronteras. Atrás, una ruma de sillas plásticas apiñadas en varias columnas, dejaban un paisaje desordenado y aburrido; un poco más arriba dos o quizá tres telarañas; y apoyada sobre la columna de sillas quedaba la guitarra descansando oblicuamente esperando al ponente para volver a la vida; a mi costado derecho el chico delgado de las sombras que llegó ayer, y nada a mi izquierda. Será él, el de mi costado, el chico de mi costado. Es a él, es con él. Lo decidí pronto. La miraría fijamente hasta ver caer su mirada pues la mía había esquivado todas las ocasiones. Sería la prueba necesaria. La certeza de un juego que no era conmigo. Llevaba unos pantalones azules algo desteñidos, unas zapatillas deportivas, una polera con capucha color amarillo, y unos negras pupilas observándome detenidamente, continué en silencio, con tres dedos apoyando el espacio entre ceja y ceja sostenía la mirada, y disimulaba a cualquiera a la vez, ya casi un minuto, aún así, y de pronto, mientras exhalaba una bocanada de incertidumbre, esbozó una sonrisa que encendió la mía, que encendió el momento, que apago mi duda, de extremo a extremo, con el ponente allí en una muda disertación, y cada uno dejaba correr la callada alegría en los rostros sonrientes. Y respondimos con sonoras arengas de una fe despertando, y el salón fue recorrido con el juego de las estatuas cada vez que se oyó "estatua" detenidos en vergonzosas posiciones que desencadenaban más sonrisas, y encontré su mano en la mía cuando gritaron sandía y no supe a donde ir terminando asu costado en el juego de las frutas; y todos fueron alcanzados por una extraña alegría en ese salón de altas paredes, mientras su mirada hacía largos y breves recorridos para encontrarse con la mía, y la mía con la suya, y cada vez estuvo presente sorteando las espaldas, los hombros, las cabezas, para encontrarnos frente a frente con una sonrisa.

Me enamore de sus ojos porque fue una mirada, y al tiempo después de ese momento le sobrevino una acepción mentada, conocida solo por los que sin querer se enamoran...