miércoles, 11 de febrero de 2009

Lucubraciones de un quedo corazón

Siento, luego escribo... Y si fuera el azul de este cielo que no me deja ver, no lo sé, solía saberlo, cruzaba miradas desde cielo al infierno y llegaban diáfanas y fulgorosas como el sol del estío allana cielo, mar y tierra.
Puede que sea el azul, o no será porque la verdad de tanto mirarlo lo veo casi bruno y aciago se confunde y se hace dueño de mis pulsaciones.
Te imaginas como esta noche estertórea respira por mí. ¿No?
Es ilógico, inaudito pero a la vez verdadero no puedo dejar que el rescoldo de tu reminiscencia se apodere de mí, tome sitio en el ara de mi amor y callado pero plañiendo me haga rumiarte. Inefable, eso es, inefable; como también imbuir la hondonada que deja en mi pecho esa burbuja de la que en otrora te conté por avatares que da la vida. Que no escriba dice el ecuánime, pero mi chalado corazón: bardo, cavilante y zafio se atreve a delatarme y decir mis insondables secretos. Me exento de toda burla porque ahora más no hablo yo. Con tu aquiescencia me deleito y prometo no lastimarte fuero interno, sin más circunloquio profiero entonces yo el chalado corazón, empezaría por decirte que toda esa candombe de palabras no son más que alegorías que mi amigo el fuero interno, poco ignaro por cierto, ha tomado como tapujo de lo que siente, pero yo que soy el que puso esa noche aquella burbuja en el pecho de mi amigo porque sé lo que siente y por hierático no expresa. Te musitaré, para que no oiga... "Nunca amainó tanta ilusión" y como él dice te lo diré, aunque nunca llegó a decírtelo: "Te lleva en el otoño del alma donde cada hoja que cae son esas burbujas, las que naufragan su pecho".
Ves que es mejor que hable yo, porque yo no soy el escueto circunspecto que casi nada dice. Pero la verdad así yo locuaz y el lacónico escindidos los dos por un cielo, hemos sufrido tu ausencia y morigerando las gélidas noches supimos apoyarnos yo en él y él en mí, sin embargo faltaba el hálito que antaño dio tu compañía, esa epopeya de amor que era llegar a tu puerta y esperando un buz candoroso, entornar los ojos con tu mirada tan febrilmente apasionada que era solaz de mi boca, "y era" maldigo, porque en verdad aún quisiera contigo observar la alborada y una puesta carmesí de un sol pródigo que aluce nuestras miradas hasta con la última flama de su Manto. Poco me queda ya decirte, así es que como siempre el chalado corazón se calla. Entonces daré mis postreras palabras yo el fuero interno: Sabes, el azul de ese cielo taciturno y nocturno eras tú cuando niña, humilde y sumisa, alegre y amante con lo sublime de un sentimiento que sólo da la puerilidad de dieciséis años de existencia, candidez innata y avidez de amor, lastimosamente sentimiento fungible para ti porque no volverá jamás y es que la experiencia mata la inocencia, así se fue el cariz del candor que circundaba en tu persona. Ergo, el cielo bruno y aciago también tú, pero cerril, taimada y aleve con tortuosidad en tus actos pero guardando la ínfima estigma del pasado. Sólo quedamente como colofón de manuscrito acotaré: aún te extraño dulce pedazo de mí quién como tú para darme esa miel que impregnaba tu boca, que hasta ahora me deja sabor a ti.

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